El crimen terrorista al avión cubano en Barbados aún espera justicia

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Han pasado 47 años desde que elementos terroristas al servicio de Estados Unidos, con explosivos de alto poder suministrados por la CIA, volaron en el aire un avión de Cubana de Aviación y provocaron la muerte de 73 personas, y los autores confesos murieron de viejos o pueden pasear impunes por Miami.

El vuelo regular CU-455 de Cubana de Aviación despegó el 6 de octubre de 1976 del aeropuerto Seawell en Bridgetown, Barbados, rumbo a Jamaica y La Habana, con 73 personas a bordo, incluidos 24 integrantes del equipo juvenil de esgrima cubano ganadores del Campeonato Centroamericano y del Caribe.

Suben también a ese vuelo procedente de Trinidad Tobago jóvenes guyaneses que viajaban a Cuba para estudiar Medicina, una delegación oficial de la República Popular Democrática de Corea y otros diez tripulantes de Cubana de Aviación que se encontraban allí por la rotación del personal de la aerolínea.

El vuelo CU-455 había partido desde Guyana hacia la capital cubana, vía las islas de Trinidad, Barbados y Jamaica, pero no logró llegar a Kingston, pues a las 17:24, solo nueve minutos después de despegar desde Seawell y a unos 18 000 pies de altura, explotó una bomba escondida en la cabina principal.

Entre los viajeros que abordaron en Guyana y desembarcaron en Trinidad Tobago estaban Freddy Lugo y José Vázquez García, nombre del pasaporte falso de Hernán Ricardo Lozano, quienes habían dejado escondido en la cabina de pasajeros y el baño trasero dos cargas de explosivos C-4 programadas para volar el avión en pleno vuelo al despegar de Barbados.

Las medidas aplicadas al abordar ellos el avión, de no aceptar carga o correo, ni equipaje sin acompañante; chequear el equipaje de mano y revisar si los pasajeros iban armados, no estaban preparadas para detectar sustancias explosivas entre viajeros, lo que aprovechó la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) al planificar el criminal sabotaje.

La nave hizo su despegue normalmente a las 12:15 p.m. (17:15 GMT) y efectuó un giro de salida a la derecha durante la trepada, para interceptar la aerovía roja 11 rumbo a Kingston con una altura autorizada de 35 000 pies.

A las 12:23 p.m. (17:23 GMT) en la torre de control del aeropuerto Seawell se escucha la voz del capitán Wilfredo (Felo) Pérez Pérez desde la radio de la aeronave al gritar ¡Cuidado! y la respuesta de su copiloto Miguel Espinosa Cabrera: «Felo, fue una explosión en la cabina de pasajeros y hay fuego». El piloto decide: ¡Regresamos de inmediato! y el copiloto comienza su dramático llamado: «Seawell… CU-455 -CU-455… Seawell. ¡Tenemos una explosión y estamos descendiendo inmediatamente, tenemos fuego a bordo!».

En el momento de ocurrir la explosión, la distancia con el aeropuerto Seawell era de 28 millas (45 km). En la pantalla del radar se vio que el avión realizó un amplio giro hacia la derecha, para regresar hacia el aeropuerto ya autorizado su aterrizaje de emergencia, y a 18 millas del aeropuerto, tras siete minutos de maniobras para salvar la nave y los pasajeros, el piloto pierde el control del aparato por una segunda explosión en el área de los baños traseros.

Sin percatarse aún de la fatal complicación final, el copiloto grita: «¡Eso es peor! ¡Pégate al agua, Felo, pégate al agua!». Pero ya el final es inevitable. Con un elevado sentido de responsabilidad, el piloto hace girar la aeronave para evitar caer sobre la playa cercana, desde la cual algunos presenciaron la caída del avión al mar.

Reiteradas denuncias de Cuba en Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad en estos 47 años transcurridos han demostrado la responsabilidad de los autores materiales Freddy Lugo y Hernán Ricardo; de Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles, como planificadores del crimen, y de la CIA, financista y protectora de sus confesos agentes asesinos.

Juicios amañados, absoluciones inexplicables y condenas incumplidas son evidencia de la impunidad impuesta por Estados Unidos a estos terroristas. Bosch y Posada murieron de viejos en Miami, protegidos por las organizaciones terroristas que crearon y por la CIA.

La comisión investigadora y el perito cubano Julio Lara Alonso demostraron con numerosas pruebas que el DC 8 cayó al mar a consecuencias de dos explosiones: una, localizada entre las filas de asientos 7 y 11 y la otra, en el baño trasero de la cabina de pasajeros, que es la que derriba la nave.

El 7 de octubre de 1976 el Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba informó oficialmente que, de los 73 pasajeros que perecieron, 57 eran cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos. El 14 de octubre los restos de los pocos cubanos que pudieron ser rescatados son trasladados a La Habana y velados en la base del Monumento situado en la Plaza de la Revolución José Martí, donde más de un millón de personas les rindieron homenaje.

Una interminable fila de hombres, mujeres y niños, tripulantes de Cubana de Aviación, deportistas, y de todos los sectores de la población, desfilaba frente a los féretros y las fotos con los familiares de las víctimas, y se extendía rodeando varias veces la Plaza de la Revolución. Su entierro fue uno de los más largos de la historia nacional, pues cuando los carros fúnebres estaban ya en el Cementerio Colón el final de la marcha recién salía de la Plaza.

En el acto de despedida de las víctimas, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz pronunció un enérgico discurso donde dio a conocer el coraje del pueblo cubano y su dolor ante esta pérdida: «¡Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones! ¡Nuestros tripulantes, nuestros heroicos trabajadores del aire y todos nuestros abnegados compatriotas sacrificados cobardemente ese día, vivirán eternamente en el recuerdo, en el cariño y la admiración de nuestro pueblo!

«No podemos decir que el dolor se comparte. ¡El dolor se multiplica! -afirmó Fidel-. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!».

(Con información de Granma)

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