Fidel hace 60 años: ¡Tanto más podremos sentirnos orgullosos los cubanos del privilegio de hacer esta Revolución!

Es una buena oportunidad esta, en que venimos a homenajear a un órgano de la prensa revolucionaria por el honor que ha recibido para nuestra prensa y para nuestro país, de reunirnos aquí un núcleo importante de compañeros y de compañeras representativos de la Revolución.

En este salón hemos tenido varias reuniones. Ustedes recordarán, en los primeros días de la Revolución: unas veces, algún organismo de carácter internacional, como fue aquella reunión de delegados de turismo; otras veces, representativos de las clases vivas; otras veces, representativos de los industriales. ¡Yo he pasado por todas las pruebas!, y he visto muchas caras, en esas ocasiones, para hablarles también a ellos; bueno, ¡no iba a quedar por parte nuestra!

¿Les hablé con sinceridad? Sí, les hablé con sinceridad. Algunos de los pronunciamientos más enérgicos que hemos hecho, los hemos hecho precisamente en el seno de esas clases. Un poco en broma, solía yo referirles a algunos compañeros lo siguiente: «Cuando me reúno con los trabajadores, trato de no agitarlos mucho; y cuando me reúno con los industriales, trato de agitarlos».

Eran aquellos meses en que la Revolución empezaba a dar sus primeros pasos, en que todos teníamos muchas cosas que aprender. Muchos sindicatos todavía estaban en manos de elementos que nunca representaron a la clase obrera como clase, que estaban allí persiguiendo intereses de tipo personal, ciertas corrientes seudorrevolucionarias y viejas reminiscencias de toda aquella lucha que bajo el antiguo régimen tuvieron que librar los obreros.

En aquellos días, las consignas de tipo económico se agitaban por todas partes. Incluso, la primera zafra después de la guerra corrió peligro de no poder llevarse adelante. Existía todavía mucha confusión en el seno de los trabajadores; y, no obstante, nosotros estábamos seguros de que llegaría a ser el sector que más decididamente apoyaría a la Revolución. Pero, hasta entonces, el obrero solo había luchado, fundamentalmente, por demandas de tipo económico, y hacia esa posición, engañosa en una Revolución, y muchas veces engañosa también, incluso, cuando no se viva en medio de una Revolución; como ocurría que cada aumento de salarios iba acompañado siempre por un aumento en los precios de los artículos; un sector obrero libraba una gran lucha y obtenía ciertas mejoras, los patronos aumentaban los precios, esos precios afectaban el salario de los demás sectores obreros, y a las pocas semanas otro sector tenía que lanzarse a la lucha, y así sucesivamente, los aumentos de precios iban anulando cada uno de los aumentos de salarios.

Era muy peligroso para un país que entraba en una revolución seria y profunda caer en la demagogia, o caer en la ilusión de que podría mejorarse de inmediato, de manera considerable, el estándar de vida del pueblo, olvidándose de algo que es tan esencial que nadie debe ignorar: que, en definitiva, el salario es el reparto que corresponde a cada cual de la producción nacional, que si no hay aumento en esa producción no puede haber aumento en el reparto.

La Revolución trajo a los obreros, de beneficio, todo lo que podía traer, sin comprometer, desde luego, el futuro mismo de la Revolución, cual sería el reparto total de la producción y no poder contar, en un momento tan difícil como es una revolución, no poder contar con los recursos para el desarrollo.

Pero no era sola esa la razón por la cual nosotros no tratábamos de agitar. Los trabajadores siempre tuvieron una gran capacidad para comprender los fines de la Revolución, y no hubo una sola ocasión en que el gobierno se dirigiera a los trabajadores sin haber encontrado el más pleno respaldo, como en aquella misma ocasión en que ellos hicieron dejación de todas sus demandas, para comenzar inmediatamente la primera zafra bajo el Gobierno Revolucionario.

La Revolución estaba comenzando; era un proceso que debía andar, largo, debía andar, paso a paso. Era débil en sus comienzos, era sobre todo débil en el campo ideológico. Los dirigentes de la Revolución tenían gran apoyo del pueblo, la Revolución en sí misma tenía una extraordinaria simpatía, por lo que había quitado, no por lo que había hecho; pero, ideológicamente, la Revolución era débil. Un mar de prejuicios y de mentiras nos rodeaba a todos, las ideas eran trajinadas por aquellos que tenían en sus manos el monopolio virtual de los medios de divulgación, por aquellos que dominaban en las universidades, en los centros de enseñanza, en la prensa radial, escrita y televisada.

Por lo tanto, la Revolución verdadera tenía delante una tarea muy grande que realizar, tenía por delante la tarea de despertar conciencias, de abrir ojos, de descubrir la verdad y hacer que el pueblo, por sí mismo, la descubriera también. Eran días en que todas las armas de la información estaban en manos de los peores reaccionarios; no se podía lograr desde el primer día lo que se ha logrado en dos años. Era necesario andar con cuidado, y por eso nosotros siempre apelábamos a la confianza del pueblo, a la confianza de los trabajadores, a la confianza de los campesinos.

La ley agraria no se hizo el primer día, la ley agraria se estableció después de varios meses, y luego de haberse realizado una intensa campaña, para que el pueblo la comprendiera. Durante aquellos días, algunos campesinos impacientes quisieron invadir algunos latifundios. Fue necesario apelar a esa confianza y a esa fe del pueblo, y en particular de los campesinos, para que supiesen esperar, para realizar una reforma agraria con orden, que garantizara a nuestro país los éxitos que ya se han logrado, el establecimiento de nuevos modos de producción, incomparablemente avanzados, que han permitido a nuestro país resistir hasta hoy los zarpazos feroces del imperialismo.

Por eso, nosotros hablábamos con aquellos representantes de las clases vivas para tratar de despertarles el patriotismo; hablábamos con los industriales para tratar de despertarles también el patriotismo. Nunca les ofrecimos nada que no estuviera dispuesta a ofrecer la Revolución, ni concedimos nada que no pudiera conceder la Revolución. Desde el principio, siempre les hablábamos a aquellos sectores con entera franqueza. ¿Les mentíamos? No. ¿Hemos hecho algo distinto de lo que prometíamos? No.

La Revolución ha ido rápido, pero la Revolución, por sí misma, no es dueña de marcar el ritmo de sus pasos; el ritmo de los pasos de una Revolución muchas veces puede ser afectado por las acciones de los que se opongan a la Revolución.

Aquellos que se quejan tienen una buena parte de la culpa en el aceleramiento de ese ritmo. La Revolución ha tenido que dar pasos firmes y rápidos, en parte obligada por las propias acciones de los que querían destruirla.

Esos mismos señores llamados de las clases vivas, aunque, naturalmente, en esas clases vivas había sectores del pueblo que no eran sectores reaccionarios, aquellos mismos señores que en ocasiones pidieron reunirse con el Gobierno Revolucionario, en una parte considerable contribuyeron al aceleramiento de ese ritmo.

Hay todavía en nuestro país muchos industriales que tienen aquí sus negocios, muchos comerciantes que tienen también sus negocios. Esos sectores tal vez si no estuvieran tan influidos por la propaganda imperialista si hubiesen tenido el tino de analizar serenamente las circunstancias de la Revolución, habrían hecho un esfuerzo mayor por ayudar, se habrían sumado al esfuerzo nacional. Y una parte de ellos se habría ahorrado la incertidumbre y el miedo en que han vivido y los errores que han cometido.

Nosotros dijimos desde el primer momento qué intereses íbamos a afectar; y no lo dijimos después del día 1º de enero, lo dijimos desde mucho antes. La Revolución tiene en su haber el haber cumplido las promesas que le hizo al pueblo. No hay, virtualmente, ninguna legislación, ninguna ley revolucionaria que no sea expresión de lo que al pueblo le prometimos desde los inicios mismos de la lucha contra la tiranía batistiana. Es decir que todo lo que se ha hecho hasta hoy ha sido expresión de lo que se ofreció al pueblo.

Es natural que algunos sectores económicos del país se dejaran arrastrar por la creencia de que aquellas promesas no eran más que palabras, creyeran que ya se habían proclamado muchos programas y que nunca esos programas se habían cumplido. Y, por lo tanto, se dejaron llevar de la ilusión de que no habría tal reforma agraria, de que las promesas que se hicieron cuando el ataque al cuartel Moncada no se cumplirían; que no habría tampoco tal reforma urbana, que no habría recuperación de bienes mal habidos, que no se cumpliría todo aquel programa que al pueblo se le ofreciera.

Eso no quería decir tampoco, desde luego, que la Revolución se habría de limitar a un número de promesas; eso no significaba que la Revolución se habría de detener. Un proceso revolucionario no se detiene a priori; a un proceso revolucionario no se le pueden marcar límites; un proceso revolucionario es un esfuerzo grande por avanzar, es un salto en la historia de los pueblos.

Cuando una revolución estalla, ese salto hay que darlo tan alto como sea posible. Un proceso revolucionario trata de alcanzar para un país el mayor avance, trata de alcanzar para un país toda la justicia posible. Detener el proceso revolucionario sería traicionar la Revolución; marcar límites en medio de un proceso revolucionario, es traicionar la Revolución; poner un límite al salto de un pueblo en la historia es traicionar a ese pueblo, es como frenar a un pueblo que marcha veloz hacia el futuro.

Y ojalá no hubiese tenido que esperar tanto tiempo nuestro país para hacer una Revolución; ojalá no hubiesen tenido que esperar más de siglo y medio, o tanto como siglo y medio, los demás pueblos de América Latina; siendo este país el país privilegiado que ha podido hacer la primera gran revolución social en este continente; cuanto más profunda y cuanto más extraordinaria sea esa revolución, y cuanto más lejos llegue y cuanto más pueda constituir un ejemplo para los demás pueblos hermanos de este continente, ¡tanto más podremos sentirnos orgullosos los cubanos del privilegio de hacer esa Revolución!

Hay esfuerzos que parecen inútiles y que, sin embargo, no son inútiles. ¿Fueron, acaso, inútiles las palabras dirigidas por nosotros a aquellos sectores? No, no fueron inútiles. Algunos las comprendieron; otra parte considerable no las comprendió ni podía comprenderlas, pero al menos el pueblo ha comprendido. Era como si nosotros le dijéramos que aquí se estaba desarrollando una revolución profunda, que esa revolución era inevitable, que esa revolución era una oportunidad única de nuestro pueblo, y que esa revolución se llevaría adelante por encima de todos los obstáculos; era como si le dijéramos que, ante ese hecho inevitable, aquellos sectores cuyos privilegios y cuyos intereses iban a ser sacrificados por la Revolución tenían dos caminos, dos caminos: o aceptar aquella realidad revolucionaria, adaptarse a ella y ayudar al país en Revolución, o ponerse contra ella.

A forjar ese proceso revolucionario estaban invitados todos los cubanos, sin excepción. Los que no se sumaron a él no lo hicieron porque les faltase la oportunidad, lo hicieron porque no quisieron, porque no tuvieron fe, o porque se creían más sabios o más poderosos que nadie, o porque creían que el vecino poderoso vendría oportunamente a impedir que aquella Revolución tuviera lugar, y porque creían o porque creen todavía que esa Revolución era un imposible en las circunstancias geográficas y económicas de nuestro país.

Dos caminos tenían: o sumarse a la Revolución, o combatir a la Revolución. Y quizás a aquellos sectores, como clases sociales, les habría convenido más ayudar a la Revolución, porque con eso su sacrificio habría sido más llevadero, y el parto revolucionario habría sido menos doloroso.

No tenemos por eso que lamentarnos de los problemas y de las desventuras de esos sectores, porque si ellos tomaron el camino de la contrarrevolución, si ellos tomaron el camino que conduce a la deshonra y a la traición, y tomaron el camino que conduce a convertirse en mercenarios de los intereses extranjeros, la culpa es de ellos. Ellos tuvieron la oportunidad de optar y los que optaron por lo peor tendrán que atenerse a las consecuencias.

Pero no se le podrá decir a la Revolución que no fue generosa, no se le podrá decir a la Revolución que no hiciera una invitación amplia a todos los cubanos por igual. ¡Y cuántas pruebas abundan en favor de esa verdad! Hoy nosotros evocábamos aquellas reuniones, y con el recuerdo de aquellos sectores venía también a nuestra mente la imagen de algunos de los que fueron funcionarios del gobierno en aquellos meses.

Sumarse a la Revolución

Aquí determinados sectores sociales tenían su élite intelectual, tenían sus hombres sabios, sus hombres inteligentes. Eran los días en que el pueblo creía todavía en esas inteligencias. Claro está que aquellas inteligencias que formaron en los primeros meses parte del gobierno no tenían en sus manos la dirección política de la Revolución, pero eran inteligencias que estaban ahí, y que hoy no están ahí, hoy están allá.

Aquellos sectores y aquellas inteligencias se entendían muy bien. Ellos eran los que organizaban esas reuniones y a mí me invitaban; yo venía a las reuniones y les hablaba claro, les decía la verdad. Me sentía mucho mejor cuando me reunía con los campesinos, me sentía mucho mejor cuando me reunía con los obreros; pero cuando me invitaban a reunirme con aquellos sectores representativos de los grandes intereses económicos, yo no tenía por qué rehuir aquellas reuniones, siempre tenía que decirles algo a aquellos señores: «La Revolución va. Súmense a la Revolución.» Siempre tenía una invitación para aquellos señores.

¿Fue inútil? ¿Fueron inútiles aquellas invitaciones? No. Fueron muy útiles, porque ayudan a comprender, ayudan al pueblo a comprender, les quita la más mínima razón moral a los que combaten a la Revolución; primero, porque las leyes fundamentales de la Revolución fueron promesas que se hicieron al pueblo; y, segundo, porque la Revolución no le cerró las puertas absolutamente a nadie. O si no, recuerden, recuerden si la Revolución le cerró las puertas a alguien; recuerden todos esos señores que en un momento determinado tuvieron acceso, incluso, a posiciones fundamentales dentro del gobierno, honores a los que no los había hecho acreedores ningún sacrificio, ningún esfuerzo, ningún aporte a la Revolución, porque ni habían estado presos siquiera, ni habían estado perseguidos, ni combatieron, ni ayudaron, ni dieron una sola idea que nos condujera al triunfo. No habían sido forjadores de las victorias contra la tiranía y, sin embargo, en la hora del triunfo, en esa hora cómoda del triunfo, en esa hora fácil del triunfo, se vanagloriaron de ostentar aquí cargos a los que realmente, si se consideraban sus méritos, no tenían ningún derecho.

Es bueno recordarlos por dos razones: para que tengamos presente qué tipo de gente son; y, además, para comprender que los que se han ido, se fueron y se convirtieron en traidores porque ellos quisieron. A nadie se le negó la oportunidad de luchar, a la Revolución no se le podrá imputar el haberle negado a nadie la oportunidad de participar en ella.

¿Qué son los que llegaron sin mérito a tener esa oportunidad, y después renunciaron a ella? ¿Qué son esos señores que se volvieron enemigos de la Revolución? No hablamos de los que eran enemigos de la Revolución porque estaban junto a Batista; hablamos de aquellos que en los días del triunfo se enrolaron en las filas de la Revolución. Esos, que ahora son los instrumentos, junto con los criminales de guerra y los batistianos, de los que quieren agredir a nuestro país.

Es muy importante que este hecho quede bien claro y bien sentado, porque esto es lo que nos da derecho a combatir sin tregua ni descanso a los contrarrevolucionarios. Porque a ninguno de ellos la Revolución les cerró las puertas; a ningún sector social la Revolución le cerró las puertas. La Revolución siempre tuvo sus puertas abiertas, sin sectarismo, a los que quisieran luchar por ella.

La Revolución no fue sectaria; si la Revolución hubiese sido sectaria, jamás se habrían sentado en las filas del gobierno señores como Rufo López Fresquet, Miró Cardona, o el señor Justo Carrillo y algunos más por el estilo. Nosotros sabíamos cómo pensaban aquellos señores, nosotros sabíamos que eran hombres de mentalidad bastante conservadora. Pero es que el propio gobierno de la república, en los primeros días del triunfo, no estaba en manos de revolucionarios; el propio gobierno de la república no estaba en manos de los hombres que llevaban muchos años luchando y sacrificándose, no estaba en manos de los hombres que habían estado en las prisiones y habían combatido en las montañas, no estaba en manos de los hombres que encendieron aquella chispa revolucionaria y supieron, aun en los momentos de mayor incertidumbre y escepticismo, mantener en alto la bandera de la Revolución, y con ella la fe del pueblo, para llevarlo al triunfo.

Los cargos fundamentales del Estado estaban en manos de verdaderos bombines. Y si aquello no servía para hacer avanzar a la Revolución, servía al menos para demostrar, de manera inequívoca, que los hombres que habían llevado sobre sus espaldas el peso mayor de la lucha, no habían estado luchando allí por honores ni por ambiciones de tipo personal; pero servía también para que el pueblo se quitara de su mente unas cuantas ideas falsas, servía también para derribar aquí unos cuantos castillos de naipes; servía también para que el pueblo aprendiera qué eran, de una vez y para siempre, aquellos falsos valores; valores ficticios que habían sido elaborados precisamente por los que tenían en sus manos hacer y deshacer reputaciones, por los que tenían en sus manos los órganos de divulgación de las ideas y los recursos económicos del país.

Y aquella clase dominante había forjado sus adalides intelectuales, y a través de su prensa, a través de su radio, a través de su televisión, y a través de sus universidades, les había dado categoría de grandes valores intelectuales a una serie de señores que no eran sino servidores de los intereses de esa clase. A un líder campesino honesto no lo ensalzaban; a un líder obrero honesto no lo ensalzaban; a un intelectual honesto o revolucionario no lo ensalzaban; a quien fuese un escritor o un intelectual progresista, un escritor o un intelectual de izquierda, no lo ensalzaban. Que fuese un poeta brillantísimo y reconocido fuera de nuestro país, ¡eso no importaba!, aquellos versos no tenían el derecho a salir publicados en las revistas o en los periódicos controlados por la reacción.

No. Los verdaderos valores de la intelectualidad cubana estaban proscriptos, mientras ascendían al firmamento, como estrellas de la inteligencia, toda una serie de señores que no eran más que los servidores de la clase dominante que tenían en sus manos los medios de hacer y deshacer prestigios; es decir, hacer falsos prestigios y, hasta incluso, destruir verdaderos valores y verdaderos prestigios.

Y aquellos señores pasaron por aquí; se creían que se iban a convertir en maestros de nosotros. A decir verdad, siempre nos miraron con un cierto prurito de inteligencia, ellos, los inteligentes. Siempre nos miraron con un poco de prurito de superioridad; siempre nos miraron a nosotros como un grupo de muchachos audaces y nada más que eso, a los cuales tenían que llevar de la mano; muchachos que habían hecho la guerra, que habían sabido combatir contra la tiranía, que habían sabido llevar adelante al pueblo en su lucha por el derrocamiento de esa tiranía, pero que entonces llegaba la hora de las inteligencias, y ellos, ellos, eran los inteligentes; ellos se creían los inteligentes. Nosotros nunca confiamos en ellos, nosotros sabíamos que ellos no sabían, pero era necesario que el pueblo supiera quiénes eran todos aquellos valores cuyos nombres siempre aparecían cada vez que se hablaba de un gabinete, cada vez que se hablaba de un gobierno provisional, cada vez que se hablaba de un director de banco nacional, cada vez que se hablaba de cualquier núcleo apto para dirigir a la nación.

Ellos habían fabricado ya esa falsa reputación en virtud de la cual nosotros éramos los muchachos audaces de las montañas, y ellos tendrían que ser los cerebros del gobierno, olvidándose de que, en realidad, los que no habían sabido ser cerebros para derrocar la tiranía que sometía a nuestro país, los que no habían sido cerebros capaces de conquistar el poder para el pueblo, mucho menos capaces serían de dirigir a ese pueblo en medio de las contingencias del proceso revolucionario.

Porque, ¡quién viera a esos señores enfrascados con los problemas actuales de la Revolución! ¡Quién viera a esos señores afrontar la lucha que hoy tiene planteada nuestro pueblo con el imperio poderoso del norte! ¡Quién viera a esos señores afrontar situaciones al lado de las cuales las tareas de luchar contra la tiranía batistiana resultan, en realidad, fáciles! Aquellos señores habrían servido, todo lo más, para entregar a este país a manos de los intereses extranjeros; aquellos señores habrían sido capaces, todo lo más, de venderse a ese imperialismo, jamás de enfrentarse a la fuerza de ese imperialismo.

Y sucedió lo que inevitablemente debía suceder: la deserción de todos esos señores, la traición al país de todos esos señores, el pase a las filas enemigas de todos esos señores.

¿Qué nos han dejado? Nos han dejado la lección, nos han dejado la razón, nos han dejado la prueba inequívoca de que la Revolución jamás fue sectaria, de que la Revolución fue extraordinariamente amplia, que la Revolución les dio a todos ellos la oportunidad de estar junto a su país, y que, si ellos escogieron el camino de la traición y de la deserción, entonces no tendrán derecho a pedir clemencia el día que les toque afrontar la hora de la justicia; no tendremos nosotros razones para sentirnos indulgentes con ellos; y si fuese verdad, si fuese verdad que algún día osaran poner un pie en el territorio de nuestra patria, aunque no fuese más porque no se atreviesen a desacatar las órdenes de sus amos, si eso fuese verdad, y por un error de cálculo dan ese paso, entonces tendremos todo el derecho a ser inclementes con ellos. Como tiene la Revolución el derecho a ser dura frente a los contrarrevolucionarios, porque esta causa no fue monopolio de nadie; la Revolución no fue monopolio de nadie; a la Revolución tuvieron derecho a pertenecer todos los que se sintieran revolucionarios, todos los que quisieran ser revolucionarios.

No hay uno solo, no hay un solo ciudadano de este país que pueda decir que la Revolución le negó el derecho a luchar por ella; no hay un solo ciudadano de este país que pueda decir que la Revolución fuese sectaria. Y las pruebas son verdaderamente abrumadoras, porque no quedó un solo truhán, un solo oportunista y un solo pícaro que en los primeros días del triunfo revolucionario no apareciese enganchado en el carro de la Revolución. Y a muchos los conocíamos demasiado bien, a muchos el pueblo los conocía perfectamente bien.

¡Cuántas veces tuvimos nosotros que conversar con hombres y mujeres del pueblo, con compañeros de la Revolución a quienes se les hacía imposible soportar la presencia de algunas gentes! Y nosotros, sin impacientarnos, porque sabíamos que la Revolución estaba demasiado enraizada en el corazón del pueblo, porque teníamos una seguridad profunda y una visión clara de la marcha de los acontecimientos les aconsejábamos que tuvieran calma, les aconsejábamos que tuvieran paciencia.

Y en ese momento, momento fácil, porque el minuto de la victoria, o el minuto después de la victoria, es siempre un minuto fácil. Al parecer la lucha ha cesado; ¡cuántos creyeron entonces que la lucha había cesado!, cuántos incluso, no podían conciliar el sueño pensando que la lucha había cesado y que ellos fueron tan ciegos y tan torpes que no se dieron cuenta de que perdían la oportunidad de luchar en las filas de la Revolución; o que fueron tan ciegos, o tan indiferentes, o tan pusilánimes, que no se habían sumado a los hombres que luchaban en la clandestinidad o en las montañas.

A muchos les remordía la conciencia pensando, de nuevo erróneamente, que la lucha había cesado definitivamente. Y la lucha no había cesado. La lucha, como hemos afirmado en otras ocasiones, apenas comenzaba.

Nosotros sabemos las circunstancias en las que se desenvuelve una lucha cuando comienza. Son pocos, por lo general, los que inician todo movimiento revolucionario; son pocos los que deciden enfrentarse a las grandes dificultades que entonces se tienen delante. Nosotros sabemos, por experiencia, lo que es eso. ¿Quién no lo sabe? ¿Quién no recuerda los días difíciles de la clandestinidad? ¿Quién no recuerda lo duro que era a veces conseguir una casa para refugiarse? ¿Quién no recuerda los primeros meses? ¿Quién no recuerda lo difícil que era recaudar fondos para comprar las primeras armas? ¿Quién no recuerda el ambiente de escepticismo de esos días difíciles? No en los combatientes, sino en una parte considerable de las gentes.

Naturalmente que el día 1º de enero fuese lógico aquella avalancha de los que se volvían revolucionarios de la noche a la mañana, cuando ya se había disparado el último tiro. ¡Quién no recuerda aquellos oportunistas! Unos, los miraban con desprecio; otros, nosotros entre ellos, ni siquiera con desprecio. Durante una gran parte del tiempo, muchos creían que nosotros no teníamos la razón, muchos creían que nosotros estábamos equivocados.

Cuando el tiempo y los hechos se encargaron de mostrar que la razón la teníamos nosotros, no fue la vanidad lo que invadió nuestro ánimo, no fue un delirio de grandeza o de superioridad sobre los demás; todo lo más, una satisfacción moral de saber que al fin y al cabo el tiempo y los hechos nos habían dado la razón, y aquellos que pensaban que nosotros estábamos equivocados venían también a darnos la razón.

Y, en cierto sentido, aquella muchedumbre de equivocados que asaltaron el carro de la Revolución nos estaban rindiendo un tributo ―el tributo de reconocer que estaban equivocados y que nosotros estábamos en lo cierto. Ni siquiera desprecio sentimos hacia aquellos; hacia los equivocados no hay que sentir desprecio o, al menos, mientras puedan probar que estaban equivocados, o mientras no se les pueda probar que actuaban de mala fe. Y, sobre todo, cuando el curso de los acontecimientos no podía decidirse. Durante largo tiempo en nuestro país pudo pasarse por equivocado, durante largo tiempo en nuestro país pudo encubrirse con la idea del error la conducta de mucha gente. Se podía discutir si la táctica correcta era tal o más cual táctica, si la lucha cívica, o si la lucha insurreccional, y había quienes creían, de buena fe, en la lucha cívica; si la insurrección o las elecciones, y había quienes creían, ingenuamente, que mediante elecciones podría resolverse el problema de Cuba.

Soberanía y patria

Durante largo tiempo se pudo aquí encubrir la mala fe con el error; durante largo tiempo muchos farsantes pudieron pasar por equivocados. Pero llegó un momento, un momento en la historia de nuestro país, que nadie podía confundir la mala fe con el error, ni la traición con la equivocación; llegó un momento decisivo, en que la palabra error o equivocación desaparecían de nuestro léxico, en materia política; llegó un minuto tan claro, un minuto de disyuntiva tan precisa y tan concreta, que había que escoger entre la lealtad a la patria o la traición, que había que escoger entre el camino recto, o pasarse a las filas del enemigo; llegó un momento en que no eran posibles los términos medios, en que tenían que girar entre estos dos extremos: o con el Gobierno Revolucionario, con la Revolución, con el pueblo cubano y con el país, o contra el Gobierno Revolucionario, contra el pueblo, contra el país, con los enemigos del país.

Ese minuto tenía que llegar, y los que han escogido el camino de la traición, a esos no les queda siquiera el consuelo de decir: «Yo estoy aquí porque no me admitieron en las filas de la Revolución; yo estoy contra Cuba, porque un grupo de señores se apoderaron de Cuba, y nos negaron el derecho de defender a Cuba; yo estoy aquí, porque me botaron, porque me expulsaron, porque no tuve oportunidad de defender a nuestro país.» y los que en este minuto abandonan su país, no es que estén adoptando partido entre cuestiones cubanas, están adoptando partido entre Cuba y los enemigos de Cuba; están adoptando partido entre su patria y los enemigos de su patria; están eligiendo entre la decisión de defender al país al precio de la vida, frente a los que intenten destruir la Revolución y destruir nuestra soberanía, frente a los que se proponen ensangrentar a nuestro país, invadir nuestro suelo, destruir nuestra patria y nuestra Revolución.

¡Triste disyuntiva la que se les presenta a los vacilantes y a los que tienen alma de traidores! Tener que escoger entre seguir siendo hijos de esta patria, continuar teniendo el derecho de llamarse cubanos y la renuncia para siempre de ese derecho, la renuncia para siempre del derecho a llamarse cubanos. Porque esta es una lucha entre los cubanos y los enemigos de los derechos de los cubanos; esta es una lucha entre los cubanos que quieren justicia, que quieren progreso, que quieren soberanía, que quieren patria, y los que no quieren que los cubanos tengamos soberanía, ni tengamos independencia, ni tengamos derecho, ni tengamos patria.

Esta es una lucha entre los que quieren que los cubanos seamos dueños de lo nuestro y los que quieren que los extranjeros sean los dueños de lo nuestro; es una lucha entre los que hemos rescatado la tierra para el pueblo, los recursos naturales para el pueblo, las industrias fundamentales para el pueblo; los que hemos rescatado de manos avaras, nacionales o extranjeras, los grandes recursos de la nación, y los que no tienen el pudor de ocultar que se proponen devolverles a los antiguos dueños de las riquezas de nuestro pueblo las riquezas que el pueblo ha rescatado para sí.

Es una lucha desvergonzada por parte de los que quieren asesinar a nuestro pueblo, y la lucha de los que quieren que nuestro pueblo sobreviva, para su progreso y su felicidad; es una lucha entre los que quieren ensangrentar a nuestro país y los que queremos garantizar a nuestro pueblo una vida próspera y feliz; es una lucha entre los que cumplen órdenes de esbirros policíacos extranjeros…

Y si ser esbirro era una vergüenza imborrable, si ser confidentes de los esbirros de la tiranía era un deshonor infamante, ¡cuánto más vergonzoso es el papel en que han caído aun esos que un día se fabricaron aquí el falso título de intelectuales, el falso título de hombres inteligentes, y que hoy son vulgares agentes provocadores de un cuerpo policíaco y de espionaje de los monopolios sangrientos del norte revuelto y brutal! Si ser un esbirro de Batista era un crimen, ¡cuánto más criminal no es convertirse en esbirro de Allan Dulles y de los generales del Pentágono, de la United Fruit Company y de los millonarios yankis! Si era vergonzoso recibir dinero de Batista para combatir al pueblo y para matar ciudadanos y para destruir vidas inocentes, ¡cuánto más criminal no es recibir dinero del Departamento de Estado yanki, del FBI yanki, de la Central de Inteligencia yanki, para destruir vidas cubanas, para destruir riquezas cubanas, para destruir a la nación, para ensangrentar a nuestro país!

Y aquí no se trata de una imputación infundada; es algo que ni siquiera se oculta, es algo que está ahí a la vista de todos. No hay más que trasladarse a la Plaza Cívica para ver con nuestros propios ojos la metralla, los explosivos, las armas, los paracaídas, los equipos de comunicación y todos los implementos de guerra, que con una violación sistemática de nuestro territorio, que con una impudicia increíble, trasladan a nuestro país los órganos de represión y de provocación del imperialismo.

¡Cómo pisotean el derecho de un país, cómo ultrajan la ley internacional, cómo hacen trizas el derecho de Cuba y la integridad de nuestro territorio, cómo hacen burla de todas las normas internacionales, para traer metralla, para traer armas mortíferas, para traer explosivos, dinamita gelatinosa, fósforo vivo y todos los medios de destruir riquezas, de destruir industrias, y, sobre todo, de destruir vidas!

Y si todas las ideas que tenemos sobre la conducta de estos señores, si todas las pruebas no fuesen suficientes, basta pensar cómo cuando esa compañía eléctrica era del extranjero, cuando esas refinerías eran del extranjero, cuando esas industrias eran del extranjero, no estallaba allí una sola bomba, no les hacían un solo sabotaje. Y hoy, que esas industrias no son del extranjero, sino del pueblo; hoy, que las ganancias de esas fábricas no van a parar a los bancos extranjeros, sino que se invierten en hospitales, o se invierten en libros, o se invierten en escuelas, o en pagar maestros, o se invierten en arados o tractores, o se invierten en créditos para el campo, o se invierten en nuevas industrias para darles trabajo al blanco y al negro sin discriminación, para darle empleo a cualquier cubano que lo necesite, sin recomendación alguna; cuando esas ganancias no van a parar al bolsillo de los millonarios yankis, ni van a parar al bolsillo de los ministros ni de los gobernantes; cuando todo lo que allí produce el obrero con su trabajo es para su país, entonces sí quieren destruir esas industrias hoy, que son del pueblo.

Como no les basta, o no les ha bastado el esfuerzo que han hecho, cometen la osadía de penetrar, una madrugada, en un barco perfectamente artillado, a cañonear una de esas refinerías, lo que no hicieron ni soñaron en hacer jamás cuando eran refinerías de una compañía americana, y lo hacen hoy cuando es una refinería del pueblo.

Y si todas las demás pruebas no bastaran, estas serían suficientes para descubrir el espíritu que alienta a los contrarrevolucionarios, el espíritu de traición a su país, el espíritu de servicio al extranjero que explotaba a nuestro país. y es más que suficiente para vislumbrar el porvenir que quisieran para nuestro país, y cómo no trabajan sino para los amos extranjeros que lo pagan; y lo que esperaría aquí al obrero, lo que esperaría aquí al campesino, lo que esperaría aquí al negro, lo que esperaría aquí a las mujeres que hoy con la Revolución han obtenido el derecho a ganarse la vida honradamente; lo que esperaría aquí al pueblo humilde, lo que esperaría aquí al intelectual revolucionario, al estudiante revolucionario, al obrero revolucionario; lo que esperaría aquí al pensamiento y a la inteligencia, si esos señores volviesen a dominar este pueblo.

Y digo suelo, porque lo que nunca podría ocurrir es que volviesen a dominar este pueblo; digo suelo y no pueblo, porque pueblo, pueblo aquí no quedaría para resignarse a semejante infortunio. ¡Tierra calcinada sí!, ¡el polvo de nuestro suelo anegado en sangre ―como decía Antonio Maceo― sí! Pero pueblo no, porque nadie tiene derecho, ni los millonarios que lo pagan, ni los esbirros extranjeros que lo pagan, ni el gobierno cínico que los alienta, ni los esbirros de la CIA, ni los esbirros del FBI, ni los bandidos del Pentágono, ni los piratas del Departamento de Estado, tienen derecho a deparar a nuestro país semejante porvenir; ni los mercenarios que los sirven, ni los criminales que obedecen sus órdenes, tienen derecho a tronchar el porvenir que está forjando nuestra patria, ni a tronchar la esperanza del obrero y del campesino y del negro y del joven y de la mujer, del pueblo humilde que lucha por un porvenir distinto de lo que fue el ayer.

No tienen derecho a destruir la luz que estamos llevando a las inteligencias que se quedaron sin escuelas y sin maestros; no tienen derecho a destruir la felicidad que hemos llevado a los campos; no tienen derecho a destruir el lugar de honor que ocupa hoy nuestro país entre los demás pueblos; no tienen derecho a destruir la libertad y la seguridad; no tienen derecho a arrancar el pan de las bocas que hoy tienen lo que nunca tuvieron; no tienen derecho a arrancar el pan de esos cientos de miles de cubanos que hoy tienen trabajo, ni arrancar de nuestras familias el techo que han recibido, ni de nuestros campesinos la tierra, ni de nuestros analfabetos los maestros, ni de nuestros niños los cuarteles que hoy son escuelas, ni del pueblo las armas con que hoy se defiende, las armas con que hoy tiene en sus manos la prueba de una libertad verdadera, que es aquella que no la garantizan las leyes que no se cumplen nunca, ni instituciones prostituidas, ni jueces venales; la libertad y los derechos que los garantiza el hecho en sí mismo de ser el pueblo el poder, el poder moral, pero además el poder real; los derechos que les garantizan las armas que tienen en las manos. Y por eso, hablan de arrancarles esas armas a los obreros, de arrancarles esas armas a los campesinos, de arrancarles esas armas a los estudiantes, de arrancarles esas armas a los negros, de arrancarles esas armas a las mujeres, de arrancarles esas armas al pueblo que ayer avasallaban, para volverlos a convertir en esclavos de los millonarios extranjeros, para que nuestro sudor y nuestro trabajo vuelva a engrosar los millones de los multimillonarios yankis, para que nuestros centrales, y nuestras fábricas, y nuestras minas, y nuestras tierras, pasaran otra vez a manos extranjeras.

Crimen ese de cercenar vidas y de destruir riquezas inútilmente; crimen ese, arrastrado o promovido por la ilusión de que podrían alguna vez volver a gobernar a nuestro país, el que están cometiendo; vidas y riquezas que destruyen para no conseguir jamás sus fines; vidas y riquezas que destruyen en balde, en inútil empeño; riesgos que hacen correr a nuestro país, y riesgos que hacen correr al mundo, en el inútil empeño de dar marcha atrás a la historia; en el inútil empeño de evitar el progreso de la humanidad; en el inútil empeño de evitar que las colonias sean libres, que los países sometidos sean libres, que los pueblos sean libres; en el inútil empeño de perpetrar sobre el mundo el saqueo, para seguir saqueando a las naciones.

Por lo menos los que estamos defendiendo a la Revolución luchamos contra un enemigo que ellos no pudieron vencer: Batista y su ejército. Ellos jamás hicieron nada ni podían hacer nada contra aquello; mucho menos lo van a poder hacer contra la Revolución. Encuentran una circunstancia muy especial: primero, el pueblo, y el pueblo armado; segundo, que con el pueblo armado están los hombres que hicieron la guerra, y que todos, más o menos, sabemos bien lo que es luchar desde no tener un centavo ni tener un arma; y hacer una guerra en esas condiciones es muy difícil; que nosotros venimos de abajo, no venimos de arriba, ni llegamos al poder con un golpe de Estado, ni con un ejército, ni mucho menos. Todos nosotros vinimos de la nada prácticamente. Así que sabemos lo que es estar en la cárcel, y sabemos, incluso, mantener las convicciones en esos momentos muy difíciles, cuando se tiene que permanecer encerrado en una prisión impotentemente; y sabemos lo que es estar luchando contra fuerzas muy superiores, no tener armas ni tener recursos.

Nosotros estamos acostumbrados a eso, ellos no; ellos a lo que están acostumbrados es a que se lo den todo; nunca han luchado ni han hecho nada. Lo más que se les ha ocurrido en su vida es ir allá de mendigos al gobierno yanki a pedirle dinero y a pedirle armas, y a buscar al FBI y a la CIA, los esbirros yankis, para que les faciliten armas y les hagan planes y les preparen campañas terroristas.

Esos son los señores que van a venir a destruir la Revolución y van a desembarcar, ¿por dónde? Como no les hagan una isla igual que la de Cuba en el mapa por allá, como no les fabriquen un puertecito y unos barquitos allá de entrenamiento, creo que aquí… no sé por dónde. ¿Esos son los prohombres que van a venir a derrocar al pueblo armado, o a los hombres que derrocaron la tiranía de Batista? ¿Cómo? ¡No nos hagan reír!

¿Y los gringos creerán en esa gente? Porque esa es la pregunta. ¿Cabe suponer que por muy torpes que sean esos señores estén considerando esa posibilidad? ¿Qué planes hay detrás de todo eso? ¿Qué planes hay detrás de todo eso? Porque ese gobierno de mercenarios no les dura 24 horas; vamos a suponer que corran y les dure 72 horas ó 96, el tiempo que tarde en llegar allí lo que tiene que llegar, por dondequiera que ellos lleguen.

La Revolución no será destruida

¿En qué cifran su esperanza? En la destrucción de la Revolución. Pues bien, la Revolución no será destruida. ¡Triste esperanza y vana esperanza! Porque los que aspiran a destruir esta Revolución son hombres como él, de la calaña de él, de la falta de valor de él, de la falta de espíritu de sacrificio de él y de la falta de decisión de él, y los que son como él… Y esta Revolución la está defendiendo un pueblo, la están defendiendo los hombres de decisión, la están defendiendo los hombres y mujeres de valor, la están defendiendo hombres y mujeres que tienen cien millones de veces más valor que él y los que están junto con él.

A esta Revolución la defienden sus hechos, sus leyes justas, su espíritu de combate, su patriotismo, su ardor, su pueblo; la defiende la clara conciencia que tenemos todos de que se trata de una verdadera revolución, la clara conciencia que tenemos todos de que estamos enfrascados en una lucha dura, en una lucha ardua; que estamos luchando contra los recursos de un poderoso imperio y contra los aliados de ese imperio, los vendidos a ese imperio; que tenemos una lucha dura pero que estamos dispuestos a afrontarla; que tenemos una lucha dura pero que vamos a salir victoriosos. Y que habrá contrarrevolucionarios, pero hay muchos revolucionarios; y habrá sectores minoritarios que están con ellos, es decir, con la reacción y con la contrarrevolución, pero hay sectores inmensamente mayoritarios que están con la Revolución. Con esos sectores seguiremos librando la batalla, luchando por ellos, trabajando con ellos, y junto a ellos.

Por eso, no nos preocupa la ayuda yanki, ni nos preocupa el aliento que reciban del imperialismo. Nosotros sabemos dónde estamos parados; sabemos de qué se trata este proceso; sabemos que vamos a tener luchas por delante, que tenemos que poner en tensión todas nuestras fuerzas y todas nuestras energías, pero nunca se siente el pueblo tan bien como cuando pone en tensión sus fuerzas y sus energías, cuando se dispone a dar batalla a sus enemigos. ¡Ah, y este momento es mucho mejor que el Primero de Enero!, pues entonces era la arribazón de todos los oportunistas, y ahora es la huida de todos los oportunistas y de todos los cobardes.

Ahora va quedando integrada la fuerza de la Revolución, con la gente pura, con la gente firme, con la gente valiente, con la gente decidida; y es un ambiente mucho mejor, y es un minuto mucho mejor. Es mejor el minuto en que las fuerzas del pueblo se ponen en tensión, que el minuto en que las fuerzas del pueblo se relajan.

Y, después de la victoria, vino un período de relajación de las fuerzas; ahora estamos en un período de fortalecimiento, de reagrupamiento y de tensión de todas las fuerzas de la Revolución, y estos momentos son mucho mejores que aquellos, estos momentos son más dignos de vivir, estos momentos en que tenemos luchas por delante, en que tenemos que darle batalla al enemigo, en todos los campos: en el campo de la economía, en el campo de las ideas y en el campo armado, si es necesario; en que tenemos que defendernos del sabotaje, del terrorismo contrarrevolucionario, de los intentos contrarrevolucionarios de alzamiento.

Esto, al fin y al cabo, no es nada. Hay que leerse la historia de la Revolución Francesa, y de la Revolución Rusa, y verán que esto no es nada. En realidad esta ha sido una revolución sin muchos sacrificios, ha sido una «revolución» entre comillas. ¿Ustedes han oído hablar en la historia de alguna «revolución» entre comillas? Léanse la historia de la Revolución Francesa, cuando los revolucionarios están en la sublevación La Vendee y el país invadido por italianos, españoles, alemanes, austriacos e ingleses, y París solo defendiéndose de todo aquello; cómo salían las masas de combatientes, cantando «La Marsellesa», hacia la frontera; los sufrimientos que padecía aquella población, y el ardor, tanto más grande cuanto mayores eran las dificultades. Léanse la historia de la Revolución Rusa, y verán el país invadido por 13 ó 14 ejércitos, cómo virtualmente todas las tierras fértiles las había ocupado el enemigo, los intervencionistas extranjeros habían ido reduciendo el territorio a la nada; el hambre que pasó aquel pueblo; cómo no había pan, ni carbón para calentarse; y ese gran pueblo que hoy marcha a la cabeza del mundo en la ciencia y en la técnica, ese gran pueblo de obreros y campesinos revolucionarios que han sido capaces de conquistar el espacio y enviar plataformas de lanza-cohetes, que pueden enviarlos incluso a otros planetas, lanzados desde el espacio; ese pueblo, cuyo desarrollo industrial y económico alcanzará en breves años, y sobrepasará, la capacidad económica e industrial de Estados Unidos, a pesar de que sus fábricas y sus rebaños de ganado, sus tierras, fueron arrasados por los nazis, para llegar a ser lo que es hoy, tuvo que soportar indescriptibles sacrificios.

A nosotros nos han faltado algunas cosas, boberías, en realidad; a los guajiros no les ha faltado nada, nada. A esos guajiros de las cooperativas, que trabajaban tres meses al año, y donde faltaba el arroz, los frijoles, el pan y la comida en la casa, usted les pregunta si echa de menos algo y dicen que no, porque ninguno de ellos gastaba. Hay una verdad: ¿Saben quiénes somos los gastadores?, nosotros los de la ciudad; ¿saben los que gastamos divisas?, nosotros los de la ciudad. Miren, vamos a ser honrados: no hay un guajiro en toda la Sierra Maestra que tenga ni un automóvil, no hay un solo cooperativista de los 130 000 cooperativistas cañeros, que tenga un automóvil; esos no gastan muchas divisas, no tienen ni luz eléctrica. En realidad, los gastadores de divisas somos nosotros, los de la ciudad. Los de la ciudad vivíamos mejor que los del campo; sobre todo vivían bien aquí toda esa gente que controlaba la economía del país.

Pero nosotros estamos bajo el bloqueo económico, bajo la agresión imperialista. Esas medidas no se tomaron sino por un solo objetivo: producir la escasez y llevar el descontento al pueblo. ¿Ustedes no han oído decir al señor Kennedy que en las calles de La Habana se va a librar la lucha? Claro, ¿cuáles son los cálculos de este señor? Van a arrebatar la cuota azucarera, van a prohibir la exportación de esto, de lo otro, para que en el pueblo se produzca el descontento. Este señor cree que nosotros somos tan atrasados que no nos demos cuenta de quiénes son los culpables de eso. No, se va a producir descontento, pero contra el imperialismo; va a despertar el odio, pero contra el imperialismo; y va a despertar la irritación del pueblo contra el imperialismo, porque son ellos los que nos arrebataron nuestras cuotas, y son ellos los que han impuesto a nuestro país un férreo bloqueo, con la prohibición absoluta de importar una serie de artículos.

Ese es el objetivo político que ellos están persiguiendo con la agresión económica y el bloqueo. Ellos creen que están frente a un pueblo débil, a un pueblo vacilante, a un pueblo poco firme, y que esas cosas van a hacer que el pueblo se indigne contra la Revolución, contra el Gobierno Revolucionario que, precisamente, se ha ganado la enemistad de los imperialistas por quitarles sus industrias, sus tierras, y por recuperar para nuestro país todas las riquezas y los recursos naturales y, sobre todo, para recuperar algo que vale todavía más que todo eso, que es la soberanía nacional, la independencia plena, el derecho a gobernarnos nosotros mismos.

Ellos persiguen ese objetivo, y el pueblo debe, sencillamente, estar preparado para eso; y nosotros sabemos que el pueblo está preparado, no nos queda la menor duda. Si aquí hay que hacer sacrificios, nosotros seremos los primeros que vamos a hacer sacrificios, junto con el pueblo; si aquí hay que redoblar el esfuerzo, nosotros seremos los primeros que lo redoblaremos; nosotros seremos los primeros en dar el ejemplo aquí, en todos los órdenes; nosotros vamos hacia adelante con el pueblo, y decididos a llegar a donde haya que llegar, con el pueblo, y hacer los sacrificios que sean necesarios.

Y eso es lo bueno que tiene la Revolución, que todo el mundo está levantando parejo aquí.

Y los compañeros del periodismo tienen una gran tarea en eso. Ustedes son los que tienen en sus manos la orientación del pueblo, la información del pueblo. El papel de la prensa radial y televisada y escrita, es fundamental.

¿Ha cumplido bien ese papel la prensa? Bueno, lo ha cumplido bastante bien, pero lo pudiera cumplir todavía mejor; es decir, hay que hacer un esfuerzo mayor. ¿Quiere decir que todos hemos cumplido con el deber? No, todos no hemos cumplido con el deber. ¿Todos los funcionarios del gobierno han cumplido con su deber? No. ¿Todos los revolucionarios han cumplido con su deber? No. Esa es la verdad.

Nosotros no estamos todavía a la altura de la situación; nosotros estamos dormidos sobre los laureles. Tenemos que estar a la altura de la situación; hay compañeros funcionarios que todavía creen que estamos en el día 1º de enero, no se dan cuenta de que estamos en plena lucha contra el imperialismo, no se dan cuenta de que el imperialismo está culminando sus esfuerzos de lucha contra la Revolución y que nosotros tenemos que poner también en tensión nuestras fuerzas. Nosotros tenemos que redoblar nuestras energías.

Cuando estábamos en la Sierra Maestra, y se acercaba la ofensiva enemiga, nosotros redoblábamos nuestras energías y poníamos en tensión nuestras fuerzas, y hacíamos triple esfuerzo; y nos preparábamos en todos los órdenes para la lucha que se nos encimaba, y tomábamos todas las medidas que el caso requería. Pues, igual tenemos que hacer ahora, cuando se acerca la ofensiva imperialista, con sus acciones dentro y fuera del país. Tenemos que redoblar nuestro esfuerzo, tenemos que trabajar previsoramente, todos los compañeros, en los sindicatos, en las asociaciones campesinas, en las organizaciones juveniles, femeninas, estudiantiles, en las organizaciones militares. Hay que redoblar el esfuerzo en las escuelas militares y en las unidades de milicias y del ejército; hay que exigir más disciplina, aumentar la eficiencia y la capacidad combativa de esas unidades; tomar todo más en serio.

Y lo mismo deben hacer los compañeros de la prensa. Hay que ponerlo todo a contribuir a la lucha y a la victoria; todo debe subordinarse ahora al propósito fundamental de librar victoriosamente la lucha contra el enemigo imperialista que se nos viene encima.

Tenemos que poner en tensión nuestras fuerzas, y prepararnos previsoramente, esforzarnos por realizar mejor nuestro trabajo, en cualquier sitio en que nos encontremos, o al frente de un batallón, o al frente de una fábrica, o al frente de una cooperativa, o de una granja del pueblo, o de un periódico. Y si hay un problema, resolverlo. Hay veces que un compañero dice: «No hay esto, o no he hecho esto porque no vino fulano.» No, hay que ir a buscar a fulano, no esperar a que venga. «Falta algo», hay que ir a buscarlo; falte lo que falte, hay que resolverlo. Y no estar tranquilos y sencillamente decir «porque falta algo», sin ir a buscar una solución, porque todo tiene solución; a todo se le encuentra siempre un remedio.

En las obras, hay que redoblar el esfuerzo en el trabajo, en la construcción, en la administración pública; y si falta transporte, resolver el problema del transporte, coordinar mejor; y si falta madera para las construcciones, pues tumbar cuanta madera sea, y resembrar y sembrar diez veces más madera que la que tumbemos.

Es decir que hay que poner en tensión nuestra fuerza; hay que darse cuenta de que estamos enfrascados en plena lucha con el imperialismo. Y esta exhortación va dirigida muy especialmente a los compañeros del periodismo. Hay que coordinar más todavía la información; hay que erradicar toda competencia que no sea sobre la base del mejoramiento, de la calidad de los periódicos; hay que tratar de ganarse el crédito de la opinión pública por la calidad del trabajo, no por los «palos» periodísticos; coordinar las noticias entre todos los órganos; coordinar las campañas; orientar coordinadamente a la opinión pública y coordinar su esfuerzo con los planes de la Revolución, con las metas de la Revolución en todos los campos y con las fuentes de información.

Hay veces que tenemos que pedirles a los compañeros que no publiquen una noticia, por razones de orden militar; ellos la saben, se lo informan sus reporteros, pero es una noticia que puede afectar cualquier otra acción contra el enemigo. Pues hay que tener siempre presente que antes que el periódico están los intereses de la Revolución. Primero la Revolución y después el periódico. Los intereses del periódico deben estar subordinados a los intereses de la Revolución.

No quiere decir esto que se sacrifique la variedad, el estilo, las características de los periódicos, pero hay que trabajar coordinadamente, orientar las campañas, ayudarse mutuamente, golpear sobre aquellas cuestiones más importantes. Ya se nota una colaboración mayor, ya se nota que marcha mejor la prensa revolucionaria.

La cuestión, por ejemplo, como la del analfabetismo. Hay que dedicar todo el esfuerzo a esa campaña, porque la batalla contra el analfabetismo se ganará, sobre todo, en la misma medida en que llevemos al ánimo de todos la importancia de ese esfuerzo. Es una batalla de información y de publicidad, fundamentalmente; y los resultados ya se ven. Podemos llegar a saber el número de analfabetos que hay en cada municipio, y el número de maestros; mantener una información constante sobre los que faltan por alfabetizar, las causas; la exhortación al pueblo y al público.

Porque eso ha prendido. ¿Pero por qué hay tantos alfabetizadores? ¿Por qué hay tantos niños y niñas alfabetizando? Porque se ha divulgado la campaña, porque ha prendido esa campaña. Y tenemos que en La Habana hay 16 000 analfabetos registrados, yo creo que son muy pocos, pero eso sin contar los de Guanabacoa, Marianao, los alrededores. Ya se sabe el número de personas que se están alfabetizando, cuántos alfabetizadores hay, y así tiene que ser en todas las provincias. Tener al pueblo informado de estas campañas, exhortar al pueblo a llevar adelante la campaña, y redoblar el esfuerzo allí donde estemos más atrasados en la campaña de alfabetización.

Hay una gran cantidad de anuncios que ya no tienen importancia. Hay que divulgar aquellas cuestiones que ayudan a la economía, que ayudan a la cultura, que ayudan a la formación de la conciencia del pueblo; hay que formar conciencia revolucionaria en el pueblo; hay que exponer los fundamentos de la Revolución, las razones de la Revolución, la justicia de la Revolución; hay que desacreditar a los enemigos de la Revolución, los argumentos de los enemigos de la Revolución, porque los enemigos de la Revolución están huérfanos de razones, están huérfanos de moral. Y estando en manos de la Revolución todos los medios de divulgación de las ideas, podemos poner toda esa formidable fuerza al servicio de la formación de una fuerte conciencia revolucionaria en el pueblo, y no descuidar ese punto.

Dedicar las energías a divulgar las obras de la Revolución en el pueblo, pero hacerlo con seriedad. Hay compañeros que a veces escriben de un tema sin estar muy bien informados, y confunden una granja del pueblo con una cooperativa, una cooperativa con una asociación campesina, y una escuela de instructores con una academia nacional. Nosotros nos damos cuenta. ¿Por qué? Porque hay compañeros que creen que su obligación es llenar el espacio, y no estudian el problema.

Hay que investigar bien todos los temas y estudiar los temas sobre los cuales vamos a escribir. Lo mismo en la prensa radial que en la prensa televisada; ya va llegando el momento en que empleemos más la televisión para educar, en que vayamos llevando a cada centro escolar un aparato de televisión para que podamos llevar una película educativa a los niños, programas educativos, que puedan ser presenciados por decenas y decenas de miles de niños, hasta el día en que tengamos en cada escuela un aparato de televisión. ¿Para qué? Para poder darle un programa a un millón de niños al mismo tiempo, para poder darles una clase de geografía, de historia, una película ilustrativa a los niños, un programa a un millón de niños.

Hay que ir convirtiendo cada vez más la televisión en un aparato de divulgación de la cultura, de la educación en general al pueblo; porque tenemos ese extraordinario instrumento que no tuvimos nosotros, que no tuvo nuestra generación, y que nosotros podemos ponerlo al servicio de la actual generación. Métodos nuevos de educación, como son los métodos que se están aplicando en la Ciudad Escolar, donde los niños no estudian por un texto, sino que ellos tienen una imprenta y van escribiendo sus propias ideas; no ideas pensadas por otros, sino las ideas que ellos tienen. Y se acostumbran a adaptar sus mentes; toda la escritura, todo ese instrumento de expresión, lo ponen al servicio de las ideas propias.

Y ya ustedes ven algunos libros impresos por ellos mismos donde son cosas infantiles verdaderamente maravillosas. Hace apenas un año, y ya hay una serie de libros que son emocionantes, producto de la inteligencia de aquellos niños, con los métodos nuevos de educación.

Hay que poner la televisión y el radio al servicio de la educación; el pueblo aprende tanto, y aprende tanto el pueblo en una simple obra de teatro; y se le enseñan tantas verdades al pueblo en una poesía, o en un acto ameno y agradable como el que fue representado aquí por el compañero mexicano; y se dicen tantas verdades y se aprenden tantas cosas, que nosotros tenemos que poner todos esos medios y todos esos recursos para preparar al pueblo, para educar al pueblo, para mejorar al pueblo en el orden moral, en el orden cultural, en el orden material.

Nosotros debemos librar una lucha incesante para hacer mejor a nuestros niños, para hacer mejor a nuestros trabajadores, a nuestros campesinos, a nuestro pueblo todo; para elevar la conciencia moral, la conciencia política, la conciencia revolucionaria, la virtud de nuestro pueblo, porque eso es lo que nosotros tenemos para enfrentarnos al imperialismo: nuestra moral, nuestra razón, nuestra conciencia, nuestra virtud, nuestro espíritu de sacrificio. Cuanto mayor sea, mejor estaremos preparados para hacer morder el polvo de la derrota a nuestros enemigos.

Hay que lograr una coordinación mayor entre los órganos de gobierno y los medios de divulgación; hay que hacer un trabajo sistemático en ese sentido; hay que despojarse de todo exclusivismo en estas cosas, y pensar que hoy la prensa debe estar al servicio de la Revolución, y que de la misma manera en que la sirva la prensa ganará más prestigio.

Piensen, por ejemplo, que la alfabetización traerá como consecuencia una circulación mayor de todos los periódicos. Cuando ese millón y tanto de personas sepan leer y escribir, pues, se venderán periódicos en las montañas, en los campos, periódicos y revistas en todas partes. Por eso, el papel de la prensa es de extraordinaria importancia, y ningún minuto más oportuno para recalcar esto que este acto. Hay que buscar todas las inteligencias de nuestro país, y ponerlas a trabajar al servicio de ese propósito; debemos de repartirnos los escritores, los redactores, es decir que tiene que haber una mutua ayuda entre todos los periódicos; no solo elevar la calidad de cada uno de los periódicos, sino ayudar a elevar la calidad de los demás; no llevarle un periodista al otro, no.

Todos tienen su público, su audiencia, todos tienen sus lectores, y lo que debemos es ayudar a todos los periódicos para que vayan elevando su calidad. La prensa tendrá cada vez un valor mayor en nuestro país. En realidad los periodistas tienen en su haber un hecho: que si exceptuamos a los dueños de los periódicos, y a unos cuantos señores comprometidos, la clase de los periodistas es una clase que se ha mantenido firme junto a la Revolución.

Tenemos trabajo para los periodistas; vamos a tratar de mejorar la calidad de todos los artículos y de todas las informaciones; vamos a tratar, incluso, de ahorrar papel, porque nosotros gastamos una gran cantidad de papel. Si ahorramos muchos tipos de anuncios que no son necesarios, podemos ir ahorrando papel, y darle un periódico ligero al pueblo, de manera que con todo el trabajo que tenemos podamos leerlo. Si nos dan un periódico con muchas páginas, no lo podemos leer… Pocos anuncios, mucho contenido variado, ameno, ilustrativo, en todos los periódicos.

Ahorrarnos papel, que lo que nos ahorremos en papel podemos invertirlo en ayudar a los periodistas, y yo creo que es una cosa justa. No estoy promoviendo ninguna demanda sindical aquí.

Es decir que hay un gran porvenir para el periodista, hay un gran porvenir para los intelectuales, hay un gran porvenir para los artistas de radio, de televisión, de cine, en todos los órdenes. Menos anuncios en la televisión: más programas, más trabajo humano; la radio también. Nadie se preocupe, porque hubo quienes quisieron sembrar el miedo entre la gente del FIEL. La gente del FIEL no se preocupe, que nosotros tenemos muy presente que el FIEL, cuando las grandes emisoras estaban contra la Revolución, ellos estaban al lado de la Revolución y ayudando a la Revolución.

No le hagan caso a nadie; todos los problemas de radio tienen que ser discutidos con ellos, todos los planes y todas las medidas, y con los periódicos deben ser discutidas… Debemos reunirnos todos, los directores de los periódicos, de radio, de televisión, y discutir todo este problema, y ajustar nuestro esfuerzo, analizar la situación actual de la Revolución, y ajustar nuestro esfuerzo a esa situación, porque todavía no les hemos sacado todo el provecho que la Revolución debe sacarles a los grandes recursos que tenemos en la mano. Y yo creo que en eso estarán de acuerdo todos los compañeros del periodismo: los periodistas, los directores de periódicos.

La Revolución no tiene problemas con los buenos, ni los buenos tienen problemas con la Revolución; la Revolución no tiene problemas con los hombres y mujeres leales, y los hombres y mujeres leales no tienen problemas con la Revolución. Con la Revolución han tenido problemas los miserables que han sido incapaces de comprender este minuto glorioso; que no nacieron para esto, en dos palabras: nacieron para otra época, para la época de la politiquería, del robo, del crimen, del entreguismo, del escepticismo. No, no nacieron para esta época de lucha y de esperanza. Los que nacieron para esta época, aquí tienen su época; los que nacieron con sensibilidad humana, vocación revolucionaria, preocupaciones por los destinos y por el futuro de su país, los que nacieron con inquietudes intelectuales honradas, inquietudes artísticas, inquietudes de cualquier orden social, esta es su época, esta es su oportunidad. Si perdemos esta oportunidad, si la perdiéramos, ¿qué luz volvería a encenderse en este país? ¿Qué inteligencia volvería a arder en medio de la podredumbre? ¿Qué mérito podría progresar en medio del favoritismo y de la corrupción, en medio del privilegio?

Esta es la hora de cultivar todas las inteligencias, esta es la hora de descubrir y de encender cuanta luz sea capaz de dar la inteligencia de cada compatriota nuestro, en la ciudad o en el campo.

Eso es lo que estamos haciendo con esas campañas de educación, con las escuelas que estamos fundando, con las becas que estamos dando: llenar e iluminar con las luces de nuestras mejores inteligencias el cielo de nuestra patria. Esta es la hora de los que quieran fundar, de los que quieran crear, de los que quieran hacer historia; esta es la hora que no puede desperdiciarse; esta es la hora en que no caben…

Bueno, no hablemos de indiferencia; no hay indiferencia aquí. Aquí estamos con la Revolución o contra la Revolución; pero no es la hora de los tibios, es la hora de los entusiastas, es la hora de la gente que se apasiona por algo, que lucha con tesón por algo; que quiere algo, que no vive simplemente por comer y dormir, no vive para vegetar, sino que vive para algo. Antes vivíamos para vegetar, y esa era la vida triste del pasado.

Hoy vivimos para hacer algo grande, no solo para nosotros: para América. Ustedes ven esos desertores, bueno, ¿saben cuándo desertan? Cuando empieza la gran lucha de América, cuando ya se oyen los ecos de los primeros gritos de redención y de emancipación de América. ¿Qué tenemos por delante? Pues tenemos todo un continente que se levanta y se despierta. Los que desertan ahora son como los que desertaron cuando estábamos nosotros en la Sierra. Bueno, se acabó la campaña de la Sierra, se llegó al triunfo nacional; ahora está aquí la Revolución en el poder, y lista para enfrentarse a los enemigos, pero también es la llama que se enciende en toda la América. Y hay quienes desertan ahora que empieza a encenderse la llama de la Revolución en América, y lo que tenemos delante es el cuadro de un continente que despierta, y del cual nosotros somos el ejemplo y la bandera.

Es decir que estamos defendiendo la redención del hombre aquí, y con ella la redención de 200 millones de latinoamericanos. ¿Es que no vale la pena defender esta bandera, que ya no es la bandera de 6 millones de cubanos, sino la bandera de 200 millones de latinoamericanos? ¿Es que no vale la pena defender esta causa, que ya es la causa de 200 millones de hermanos? ¿Es que no vale la pena defender esta causa, que ya no es la causa de esta pequeña isla, sino la causa de todo un continente?

Esta es la hora de los que quieren, o querían ese minuto grande de la patria y de América; esta es la hora de los bravos, de los hombres firmes. Esta no será jamás la hora de los vacilantes ni de los cobardes. Quien no tenga madera para esta hora, lo sentimos mucho, pero que trate de forjarse el espíritu para este minuto de nuestro país.

Hay que luchar en todos los órdenes, hay que fortalecer la Revolución, hay que luchar sin descanso en los centros de trabajo, en los centros estudiantiles, en las universidades, en los colegios, en las asociaciones campesinas, en las cooperativas, entre los núcleos intelectuales, los núcleos de artistas, los núcleos profesionales; hay que fortalecer la Revolución en el campo militar también, en el campo ideológico, en el campo económico. Hay que poner en tensión todas nuestras fuerzas, hay que redoblar el trabajo, hay que trabajar sin descanso. Esa debe ser nuestra consigna: trabajar sin descanso para estar a la altura de este minuto que vive nuestro país, para prepararnos a librar victoriosamente la batalla contra el gigante imperialista, batalla que ganará nuestro pueblo, sin duda alguna, porque el gigante imperialista tiene que enfrentarse a un gigante mayor que él, y es el gigante de los pueblos cansados ya de explotación y de opresión, el gran gigante que constituyen los pueblos hermanos de la América Latina, el gigante del Asia, del África y de América; el gigante más poderoso que el imperialismo, los pueblos colonizados y los explotados.

Y por eso, los bandidos, los gángsters internacionales serán indefectiblemente derrotados. No olvidemos que nosotros estamos en esta trinchera, que esta trinchera nos la están atacando, que nos la están tratando de minar, que aquí tratan de introducir las armas para los atentados, los explosivos para el sabotaje y para el crimen; estemos, pues, en guardia, como corresponde a los soldados de la primera trinchera del mundo en la lucha contra el imperialismo.

Fortalezcamos nuestra trinchera para que la batalla no nos tome desprevenidos, para que la agresión no nos tome sin preparación. La agresión imperialista se nos viene encima. Por eso debemos prepararnos, debemos hacer como hacíamos cuando se acercaban las ofensivas del enemigo en las montañas, que nosotros nunca dudábamos de nuestra victoria, nosotros siempre estábamos seguros de nuestra victoria, y para ello nos preparábamos. El pueblo no debe dormirse sobre los laureles, el pueblo debe prepararse.

Posiblemente las glorias que nuestro país ha alcanzado en el mundo, todavía estén por encima del esfuerzo que hemos hecho; hagamos el esfuerzo que nos haga acreedores legítimos del prestigio que nuestro pueblo tiene en el mundo, para respaldar así esa consigna que ya también el mundo conoce, a la cual nosotros no podemos fallar, la cual nosotros hemos de cumplir, porque lo hemos dicho y lo cumpliremos:

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

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