Las relaciones Cuba-EE. UU. en el mundo en transición
Aunque pudiera parecer presuntuoso el título, en tanto anuncia la pretensión de analizar las relaciones entre una superpotencia mundial y una pequeña isla caribeña, lo cierto es que ambos son países con iguales derechos y deberes y, por tanto, corresponden tanto el título como el análisis y hasta la implícita invocación a la historia bíblica de David y Goliat.
Comencemos precisando el mundo al que nos referimos, el del tercer decenio del siglo XXI, en el que EE. UU. ha perdido ya la condición de país hegemón y sigue en marcha el acelerado proceso de cambios –ya iniciado desde fines del pasado siglo– con sus expresiones estructurales decisorias tanto en la coyuntura como en los modelos de desarrollo, de producción, y hasta en los modelos y proyectos de nación entonces imperantes.
David se impuso a Goliat
Los cambios son multidimensionales, complejos e interdependientes, se producen en todas las áreas (geopolítica, económica, productiva, tecnológica y científica, geográfica, política, social, ideológica, demográfica, étnica…) e inciden de forma interconectada y condicionante en la realidad global. Y aunque los cambios se están produciendo a escala planetaria como resultado del funcionamiento de las leyes económicas del capitalismo, no solo inciden y lo afectan produciendo la crisis del sistema mismo, también afectan, y principalmente, a su paradigma y otrora potencia hegemónica/dominante global, EE. UU.
Es por lo anterior que, en el plano geopolítico, la administración Biden se vea obligada a dar continuidad a la «segunda guerra fría» iniciada por Trump. La misma, hoy acelerada, continúa decidiendo al vencedor de la rivalidad estratégica estructural global entre unos EE. UU. declinantes y sus oponentes emergentes, China-Rusia, fortaleciéndose.
Mientras que en el orden global la geoestrategia adopta la guerra fría, en el orden interno la administración, para alcanzar el anunciado objetivo de recuperar el liderazgo perdido, adopta como agenda doméstica sucesivos planes (Made in America tax plan, Made in America, Rescue plan, Job plan…), más keynesianos que liberales, aumentan el déficit presupuestario y el endeudamiento. Y aunque en los planes se declara como premisa «recaudar ingresos suficientes para financiar las inversiones», la multibillonaria emisión de dinero y la deuda continúan depreciando la primera de las fortalezas de EE. UU.: el dólar estadounidense, lo que genera consecuencias previsibles catastróficas no solo para el emisor.
Así, la economía estadounidense continúa «financiarizándose», y fortaleciéndose la tendencia a la reducción del sector manufacturero en el Producto Interno Bruto (PIB), lo que se refuerza, además, por la introducción de la inteligencia artificial y la robotización en la producción de bienes y servicios en los que la innovación, el diseño y el marketing se consolidan. Se acelera así el proceso de pérdida de posiciones de la economía de EE. UU. en la economía mundo.
La financiarización se hizo el componente más importante de la economía estadounidense. El sector financiero y la «banca a la sombra» siguen moviendo cada vez mayores volúmenes de capital «apalancado» y de creciente complejidad, que inflan e imprimen alta volatilidad a las bolsas y a la economía en general, a la vez que aumentan la concentración de la riqueza, la inestabilidad, la desigualdad y la pobreza en la nación del norte.
También se ha transformado el modelo corporativo. Los avances de la tecnología generan una dinámica en la cual surgen y se consolidan megaempresas que subcontratan la producción, los servicios, tercerizan la contratación de trabajadores y se convierten en plataformas de comercialización tipo Microsoft, Amazon, Uber, WeWork, Airbnb, Netflix, Facebook…
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Y aunque el mundo cambiado trajo una combinación de Ciencia-Tecnología-Innovación (CTI), economías de escala y 4ta. Revolución industrial ampliada a la energética (solar, eólica) y a las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), en el área de las ciencias en EE. UU. continuó predominando el arcaico enfoque del pragmatismo cortoplacista, las inversiones en producción/servicios de pronta recuperación, el Complejo Militar Industrial (CMI) y las finanzas, todo lo que hizo posible que China superara a EE. UU. en el importante aspecto de las solicitudes globales de patentes.
También China supera hoy a EE. UU. tanto en el aspecto científico tecnológico como en la densidad de implementación de las generaciones de comunicaciones de 4G y 5G, y en el desarrollo de la siguiente generación, la 6G, y la Inteligencia Artificial. La situación, por las características del desarrollo científico, que incluye la formación de su potencial humano, no podrá ser superada a menos que la de China se detenga o ralentice, lo que no parece probable.
En cuanto a las tecnologías renovables como la eólica y la solar, junto a su abaratamiento y su auge, también determinados por las preocupaciones climáticas que determinan su cada vez mayor protagonismo, se continuó fortaleciendo –dentro del gran lobby energético que funciona en EE. UU.–, el lobby de las fuentes renovables de energía. Ello hizo posible, junto con la crisis de la COVID-19, que la administración Biden impulse significativamente la generación basada en energías renovables, aunque también en este sector ya China los aventaje considerablemente.
Las prioridades de la administración estadounidense y las relaciones con Cuba
Condicionada por procesos y realidades objetivas (la crisis sistémica y el débil comportamiento de la economía y la crisis pospandemia), así como por las percepciones de orden subjetivo, la manipulación mediática y la Big data, se agudizó la polarización del sistema político estadounidense a nivel de élites, partidos, y masas, lo que aumentó considerablemente, y sin precedentes, el distanciamiento entre «liberales» y «conservadores» (con sus múltiples matices, pero ambos rechazan la globalización y el neoliberalismo, y los «liberales», además, hacen dejación de la piedra filosofal de su doctrina: la no intervención del Estado en la economía), identificados los primeros con el Partido Demócrata y los segundos con el Republicano.
Y aunque siempre se ha dicho que nada hay más parecido a un demócrata que un republicano, lo cierto es que el establishment político estadounidense se encuentra hoy dividido, y más que nunca polarizado, entre dos modelos diferentes (uno globalista–liberal–keynesiano y el otro nacionalista–conservador-proteccionista). Ambos modelos implícitamente reconocen el hecho de que EE. UU. no es más la única potencia mundial, que la preponderancia económica, política, científico-tecnológica y militar del país se encuentra seriamente acechada y paulatinamente superada; también que su arrogancia y prepotencia son retadas tanto por el creciente poderío económico de China, que ya lo desplazó como locomotora de la economía mundial y aceleradamente lo desplaza como primera potencia económica con su tecnología altamente competitiva y su desarrollo militar regional imposible de superar, como por Rusia con su desarrollo militar global imposible de retar.
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Debe precisarse, no obstante, que los dos modelos, tanto el globalista del Buy American (Compre americano), como el nacionalista del America first (América primero), aunque respaldados por élites empresariales distintas dependiendo de los intereses de cada una, mantienen un mismo objetivo final que garantiza su estatus: preservar el supremacismo y la excepcionalidad de «América».
Llegados hasta aquí resultaría lógico suponer (al margen de declaraciones de prioridades) que los decisores de políticas de EE. UU. se sientan compulsados a otorgarle mayor importancia estratégica a la que siempre han considerado su traspatio trasero: América Latina y el Caribe, donde se encuentra Cuba, y tentados por ello a continuar sus intentos de doblegarla.
Al respecto serían oportunas unas pocas consideraciones y una invitación:
– La primera tiene que ver con el «poder inteligente» y es una alerta a los proponedores de políticas, pues demostraría inteligencia a los decisores si al recomendarles consideren que EE. UU. ni pudo, ni podrá doblegar a Cuba; ni con poder duro, ni con poder blando, ni con poder inteligente. La historia les da lecciones, desde 1959 hasta la fecha, 12 sucesivas administraciones, de demócratas y republicanos, lo intentaron y fracasaron.
– La segunda es un recordatorio y está relacionado con las capacidades reales de EE. UU. Cuba logró su definitiva independencia cuando el vecino del norte era todavía, de lejos y desde la segunda posguerra, la primera potencia mundial, capaz de imponer al resto de los países sus condiciones y hasta su moneda como dinero mundial. Luego del colapso de la URSS, todavía en el siglo XX, el mundo se hizo unipolar, siguieron intentándolo y fracasaron.
– La tercera es un hecho: vivimos en un mundo multipolar- multicéntrico en el cual, cada vez más y aunque todavía con dificultades, que son y serán cada vez menos, es posible vivir prescindiendo de EE. UU. y sus sanciones.
– La cuarta es que nuestro rechazo al EE. UU. imperial nada tiene que ver con nuestros sentimientos de amistad hacia el pueblo norteamericano.
Y la invitación es a seguir el resultado, el 23 de junio, de la votación de la Resolución 72/4 «Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba», con la convicción de que la misma reflejará, una vez más, el apoyo prácticamente unánime que recibe la Cuba bloqueada, y cómo el país cuyo presidente pretende liderar el mundo solo es acompañado por unos pocos gobiernos, los más desprestigiados y repudiados del planeta; la votación demostrará, además, cómo la política exterior de EE. UU., de tanto aislar, los aísla cada vez más.