Para la revolución se necesita pasión y audacia

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El nacimiento de Ernesto Guevara de la Serna, Che, el 14 de junio de 1928, en la ciudad de Rosario, Argentina, y su decurso, se sintetizan en sus propias palabras, muchas veces premonitorias, como fueron los últimos versos que dejara a su esposa Aleida March en la despedida: «Salgo a edificar las primaveras de sangre y argamasa (…) Pero no me anunciaron la plaza reservada en el desfile triunfal de la victoria…».

Muchas primaveras pasaron por el Ernesto «argentino» que siempre fue, en su estatura universal de «terco aventurero» como gustara calificarse, y con «plaza reservada» en su anhelo por alcanzar el triunfo de la victoria, en su inmensa estatura de internacionalista.

Su vocación intelectual, desde apenas un adolescente, se materializa en una vasta cultura expresada en sus narraciones íntimas, descriptivas, trasgresoras y rebeldes en permanente búsqueda, las que se cruzan en diálogo con diversas ramas del saber, para escalar el centro de lo que constituyó su retribución mayor, el hombre, múltiple e inacabado, pero a la vez «en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad», síntesis de contenido de su ensayo más importante escrito desde el poder revolucionario, en 1965, El socialismo y el hombre en Cuba.

Así expresa sus últimas ideas en torno a un principio permanente en su vida y obra, el hombre en su totalidad, al formar parte de la invariable esencia de su humanismo. Su entrega forma parte de una mezcla de experiencias vividas y de elección que lo conducen a optar por la Revolución desde su presente y desde la historia misma, hasta convertirse en un generador de proyectos que le permitieron adentrarse en los valores de hombres que fueran capaces de actuar por y para sí, y contribuir a la defensa y salvaguarda de los más humildes y vilipendiados de la humanidad.

Esa visión de futuro, enraizada desde sus primeros andares de búsqueda permanente por la «Mayúscula América», como la llamara en sus narraciones y crónicas de viaje en su juventud, impulsan y condicionan su opción de luchar desde una conciencia comprometida y el análisis riguroso de su época, en especial de América Latina, cuando llegara a afirmar, precisamente en su 24 cumpleaños, «vísperas del trascendental cuarto de siglo», mientras se encontraba en Perú:

«Por la noche nos agasajaron y elaboré más o menos lo que sigue…, creemos y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas es completamente ficticia… Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincialismos, brindo por Perú y por América Unida».

Esa determinación alcanza nuevos y renovados espacios cuando, desde el llamado Tercer Mundo, en los años 60, da paso al revolucionario y político con conciencia activa propia, de su papel como revolucionario consecuente e internacionalista. Es en la selva boliviana, donde plasma, en su último diario, que «este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana».

En general, sin temor a dudas, sus aportes, como hombre en revolución, tuvieron y tienen un peso y una magnitud que mantienen sus valores más allá de las contradicciones en las que se vive en la actualidad, o como diría Eduardo Galeano, porque «…había elegido la primera línea de fuego; y lo había elegido para siempre…».

Así reafirma, en su condición de dirigente de la Revolución Cubana, la significación de la construcción del socialismo como la opción verdadera para alcanzar la plena soberanía y humanización real del hombre sin explotación y con dignidad plena.

Esas reflexiones de estatura mayor emanaron de su experiencia personal dentro del proceso revolucionario cubano, de su proyecto consecuente y de su entrega total con plena autenticidad y con voz propia, para impulsar, desde el marxismo, un proyecto revolucionario autóctono y formar parte de las voces dispuestas a luchar por un socialismo verdadero, libre de trabas y esquemas inamovibles, alejados de la realidad, y poder alcanzar las verdaderas aspiraciones de un mundo en revolución.

Esa gran capacidad que demostró el Che para confiar en los seres humanos y en una auténtica transformación del mundo es divisa esencial de su actuar revolucionario, reveladora de la vigencia universal de su conducta, pero sobre todo de la necesidad de adentrarnos en su pensamiento y obra para demostrar su validez y coherencia en tiempos inciertos como los actuales, y apropiarnos de un Ernesto-Che como un todo imprescindible, paradigma de siempre, como lo calificara Fidel en carta personal, mientras se encontraba en Praga, 1966, después de la lucha en el Congo:

«…te escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro…».

(Con información de Granma)

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