Homenaje a los que detienen el tiempo

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Pueden parecer instantes de una película distópica, fantasmas entre las sombras y las luces filtradas por el humo, pero son milicianos en la carretera de Playa Larga. Pasan junto al esqueleto calcinado de un ómnibus que todavía arde, algunos miran afuera del cuadro, en el que deben yacer los muertos, los abrasados por las llamas del ataque aéreo. En el plano se alejan de nosotros, despacio, cansados. Solo a uno de ellos lo vemos de frente, es la figura de un hombre que hace algo con sus manos, parece que recarga su cámara con un nuevo rollo. Se trata de uno de los fotorreporteros que acompañan a la tropa y hacen un trabajo único: detener el tiempo.

«Tropas de desembarco, por mar y por aire, están atacando varios puntos del territorio nacional al sur de la provincia de Las Villas, apoyadas por aviones y barcos de guerra. Los gloriosos soldados del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias han entablado ya combate con el enemigo en todos los puntos de desembarco. Se está combatiendo en defensa de la Patria sagrada y la Revolución contra el ataque de mercenarios organizados por el Gobierno imperialista de los Estados Unidos. Ya nuestras tropas avanzan sobre el enemigo, seguras de su victoria…».

Junto a la movilización de los combatientes y de las armas, se levantaron los fotógrafos de prensa, los camarógrafos de televisión, los periodistas y sus equipos de trabajo. «Luego del entierro de las víctimas del bombardeo en los aeropuertos, casi seguro de que la invasión sería ese día. Me quedé en la redacción del periódico y allí me avisó el Director que, en efecto, había ocurrido un desembarco. En una guagüita arrancamos para allá. Yo iba a mi primera guerra, sin saber siquiera si sería la última, pero nadie pensaba en la muerte, sino en hacer lo que sabíamos hacer, tomar fotos». Así recuerda Ernesto Fernández, corresponsal en Playa Girón, el amanecer del 17 de abril de 1961.

Los corresponsales no eran cazadores de fotos para premios, tampoco llevaban identificación visible de prensa, ni chalecos antibalas. En el campo de batalla, vestidos de milicianos, corrían igual suerte que los combatientes. Muchos de ellos, en el mismo hombro del que colgaba el pesado maletín con los lentes y los rollos, cargaban sus armas: 35 milímetros en la cámara, nueve milímetros de la «Checa», para hacerle frente al enemigo.

Más de 60 años atrás eran, por supuesto, muy jóvenes: Liborio Noval no llegaba a 30 años; Sergio Canales andaba por los 23; Tirso Martínez y Raúl Corrales tal vez de los más veteranos, pero igual en plena vida. A Panchito Fernández le faltaban unos días para los 30 años; Ernesto Fernández apenas había cumplido 20. Son tan solo algunos ejemplos de los que, sumergidos en el humo de la pólvora y la amenaza de la metralla, pegaban la pupila al visor, sin que la presencia brutal de la muerte les espantase el dedo sobre el disparador de la cámara. «Estaba haciendo fotos cuando vi a la señora caída en la carretera, la levanté y tenía un hueco enorme en la espalda». Así narró Fernández esos momentos terribles que dejaron más de centenar y medio de muertos, una parte de ellos civiles.

«Fuerzas del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias tomaron por asalto las últimas posiciones que las tropas mercenarias invasoras habían ocupado en el territorio nacional. Playa Girón, que fue el último punto de los mercenarios, cayó a las 5:30 de la tarde. La Revolución ha salido victoriosa, aunque pagando un saldo elevado de vidas valiosas de combatientes revolucionarios que se enfrentaron a los invasores y los atacaron incesantemente, sin un solo minuto de tregua, destruyendo así, en menos de 72 horas, el ejército que organizó durante muchos meses el Gobierno imperialista de los Estados Unidos…».

En la foto se puede ver que lleva boina y sus espejuelos para mirar a lo lejos, adonde apunta con el índice, por sobre los hombros de quienes lo vemos explicar a los milicianos, no sabemos bien qué, aunque podamos imaginarlo. Si observamos con atención la foto que le hizo Raúl Corrales a Fidel, casi podemos escuchar su voz urgente y firme que guía las tropas y organiza la ofensiva final. El fotorreportero ha contado –en más de una ocasión– los encuentros con el líder histórico de la Revolución en aquellos días: «Hacía fotos a la columna de tanques que iban pasando cuando en uno de ellos, el que iba delante, vi a Fidel».

Existen muchas fotografías del Comandante en Jefe en esas casi 72 horas que cambiaron la historia de Nuestra América. Fidel dirigió los combates desde el frente, como un aluvión de valor y un manojo de certezas. Las fotos de aquellos días nos narran su andar entre los estampidos de la artillería y el chirriar metálico de las esteras. Así lo sorprendieron los reporteros que llegaron a Playa Girón, saltando del t-34, instantánea que lleva el crédito de Tirso Martínez, aunque había más de un lente siguiendo la figura del Comandante asido al costillar del tanque.

La batalla de Girón ocurrió hace 63 años. Con el tiempo, el relato de lo acontecido palidece y se cubre del polvo de la memoria, pero las imágenes tomadas en el fragor de los sucesos emergen nítidas: encuadres, contrastes, planos de una épica que, mientras más distante, más necesario es su recuerdo. Los que en papel o celuloide nos legaron el testimonio del heroísmo, ya son octogenarios o han muerto. Los fotorreporteros en Girón ilustraron las imágenes de una lucha a muerte entre dos mundos: el del pasado doloroso y ruin, y el del futuro tan inacabable como hermoso.

Valgan estas notas para rendirles homenaje a quienes fueron a la batalla para, a riesgo de sus vidas, evitar que la historia se nos quedase vacía. Por su labor podemos, además, ver hoy los rostros de los héroes protagonistas de aquella contienda, sin pensar que ellos también fueron héroes, los de un oficio único –como lo calificó Ernesto Fernández, seis décadas después–, el oficio de detener el tiempo para siempre.

(Con información de Granma)

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